Sintiéndonos seguros en casa, quizá el mayor pedido hoy a todos los santos es que sane esta pandemia y nos libere del enemigo invisible. Mientras, en paralelo, miles de niñas, adolescentes, se saben más inseguras en su propia casa, donde no hay santo que haga el milagro de dejar de seguir conviviendo con sus “enemigos visibles”: sus agresores. Esta es la “otra pandemia” invisible en el Perú que dura muchos años. 


Texto y fotos: Flor Ruiz


El mayor problema de la violencia de género en nuestro país, es la violencia familiar y el abuso sexual a niñas y adolescentes mujeres. En lo que va del año, 733 niñas y adolescentes fueron madres tras una violación sexual, de ellas, 19 fueron partos de niñas menores de… 10 años (Ministerio de Salud, Octubre 2020). Otras cifras. El Ministerio de la Mujer da cuenta que en cinco meses cinco días de emergencia sanitaria, la Línea 100 atendió más de 113 mil casos de violencia familiar y abuso sexual. De ellos, el 76% tiene como perpetrador a una persona que viven en la misma casa que la mujer, niño(a) adolescente ultrajado(a). Y podríamos seguir cruzando cifras de espanto: en nuestro país, el abuso sexual representa 6 de cada 10 embarazos adolescentes, una de las mayores causas de embarazos no deseados.

¿Dónde y quién violentó a estas niñas y adolescentes? Frente a este dramático y silencioso problema de salud pública, ¿Qué espacio o soporte brinda el estado a miles de niñas, adolescentes víctimas y vulnerables no sólo desde iniciada la emergencia sanitaria sino desde buen tiempo atrás?

La intervención, aunque insuficiente pero sólida, se viene dando desde los “refugios” u hogares temporales como son los Centros de Atención Residencial (CAR) que tienen como misión la estabilización frente al trauma ocasionado a las víctimas de violencia física, agresión sexual, embarazo, trata, abandono, además de prepararlas para seguir emprendiendo en sus vidas.

En Huamanga, Ayacucho, compartimos testimonios de niñas y adolescentes en recuperación en el CAR DÍA, la labor del refugio, y la mención a un panorama y cifras que evidencian la necesidad de seguir contando e implementando estos refugios, con la urgencia de atender a nuestras miles de niñas y adolescentes vulneradas.

Las actividades en DÍA empiezan a las 6 a.m. Hay un cronograma que las adolescentes deben seguir e incluye estudios, labores personales y asesoría permanente. “He aprendido a tener más paciencia, a controlar mis emociones, a ser ordenada, ayudar en los quehaceres de la casa y preparar los alimentos. Me iré pronto porque hay que volver allá afuera, por eso aquí aprendemos a respetarnos y valorarnos”, dice Beatriz.

Sanar para emprender: Beatriz y Verónica


Beatriz decide ser feliz

Un día, de tanto perseguir colibríes, Beatriz logró agarrarlos. Fue algo mágico. Tenía siete años y vivía en el distrito de Kimbiri, en la selva de Ayacucho, que forma parte del Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM). Creció jugado entre aves, el río y los árboles. “Parecía varoncito, a cada rato mi papá me llamaba la atención, me llevaba al hospital porque me caía o cortaba de tanto jugar”, cuenta.

Pero su infancia tiene un lado B. De padres separados cuando ella aún era bebé, también creció soportando los maltratos de su papá y su nueva esposa. Querían que ella se haga responsable de todas las tareas de casa. “Me trataban como a empleada y me pegaban por todo lo que hacía mal hasta que me cansé. A los 13 años, me conseguí un enamorado y me escapé. Me encontraron, me llevaron de vuelta con ellos y me dijeron que me iban a denunciar si me volvía a escapar”, recuerda.

El maltrato continuó. La acusaron de un robo en la casa paterna y huyó nuevamente con su enamorado, pero este la abandonó apenas se enteró que estaba embarazada. Una amiga y su familia la acogieron. Al poco tiempo, la llevaron a la ciudad de Huamanga. Luego, con siete meses de embarazo, llegó al CAR DÍA. Beatriz estaba demasiado triste por todo lo que le había ocurrido. No quería entender de su embarazo ni de bebés. Desde entonces, han transcurrido 18 meses.

Ahora, ella tiene 17 años. En DÍA convive con otras 14 chicas, de las cuales tres son madres adolescentes. La asesoría y seguimiento que hacen educadoras, psicólogas y asistenta social le han permitido abrirse a un proceso de cura y salud mental que la han llevado a asumirse como mamá. Se siente lista para emprender un nuevo capítulo en su vida que ella titularía: “ser responsable”. Esto, en sus propias palabras, significa: “aprender a dar amor a su bebé, cuidarlo, educarlo y hacer planes”. En su lista está terminar el colegio, tener una cuenta de ahorros, emprender un negocio de elaboración de postres y seguir una carrera profesional.

“Saliendo de aquí, puedo irme a vivir con mi mamá. Mi sueño es ser abogada, quiero ayudar a las chicas como yo, que tienen sus niños, para que se puedan defender de los machistas y de cualquiera que las maltrate. Quiero que otras chicas sepan que existen lugares como este albergue donde van a estar seguras y que entiendan que como mamás adolescentes tenemos derechos”, afirma.

Beatriz y su pequeño en un ambiente del albergue que aún los acoge. “Mis amigas me dicen que voy a parecer la hermana de mi hijo. A mi mamá le decían lo mismo. Cuando caminábamos en la calle, ella con 36 años y yo con 15, le preguntaban si yo era su hermana. Mi mamá me tuvo a los 18 años”, cuenta. En el Perú, cuatro menores de 15 años se convierten en madres cada 24 horas. En Ayacucho, el promedio se reduce: una de cada seis adolescentes está embarazada, estuvieron embarazadas o ya son madres. 


La nueva vida de Verónica

Para Verónica, el relato de su vida pasada no dura más de un minuto. Sus padres se separaron cuando ella tenía dos años. Se quedó bajo el cuidado de su papá, quien viajaba mucho por trabajo, por lo que ella se quedaba al cuidado de otros familiares.

Cuando tenía 11 años, su madre regresó y la llevó a vivir con ella a un circo, donde trabajaba vendiendo manzanas acarameladas. En esos años, nunca pudo ir al colegio, pues el circo itinerante iba por diversas regiones. Al año de vivir en el circo, fue agredida sexualmente por el conviviente de su madre y quedó embarazada. Un año después, su madre quiso denunciar la violación, pero en una comisaría le dijeron que ya no procedía.

Tres años después, volvió a sufrir violencia sexual de parte del mismo hombre. Esta vez, su madre y el dueño del circo hicieron la denuncia. Fue así como llegó a DÍA: con un segundo embarazo, de la mano de su primer hijo y con su hermanita menor. Y eso es todo. Prefiere hablar de su nueva vida.

Verónica ha aprendido a ahorrar, tejer, hacer postres, cocinar y a cuidar a sus hijos, a quienes quiere enseñarles sus deberes y derechos. También sabe de cosmetología, manicure, pedicure, habilidades que podrían ayudarle a emprender un negocio en el futuro.

Antes de que se declarase la pandemia, DÍA ayudó a que Verónica trabaje como vendedora en un emprendimiento, lo que le permitió ahorrar, pero la situación de otras jóvenes al interior del albergue empieza a ser crítica debido a que no pueden trabajar. “Con la pandemia, han disminuido los ahorros de las adolescentes, se han tenido que comprar medicinas, no pueden trabajar, muchas se sienten frustradas, no pueden proyectarse y su visión a futuro ha quedado anulada”, refiere una trabajadora social.


Hace algunas semanas, Verónica dejó el albergue. Perdonó a su madre y le dio otra oportunidad, vivieron juntas una semana, en otra región. Esta redactora mantiene comunicación con la adolescente, quién le ha contado que no ha sido posible vivir con su mamá, con quien permanecen las diferencias y conflictos. Desde la semana pasada, Verónica se ha ido a otra región, vive sola, con los ahorros que tiene. Familiares que viven cerca la están apoyando, mientras busca trabajo. A sus 18 años, me cuenta que lo vivido y aprendido en el albergue, le da fortaleza para seguir soñando hacer posible retornar a la aldea infantil, donde están sus hijos, de 2 y 5 años, y prepararse para tenerlos y criarlos, mientras aquí afuera sigue siendo una guerrera.

(Los nombres de las adolescentes que brindaron sus testimonios se modificaron para mantener su identidad en reserva).

La intervención: el CAR concertado DÍA

Luego de 9 años de haber iniciado sus labores, gracias al financiamiento de la fundación belga Solid International, y en una acción concertada con el Estado, el hogar de ayuda ha atendido a cerca de 300 adolescentes víctimas dándoles acogida, apoyo en salud mental, formación para emprender un trabajo y acompañarlas en su reinserción familiar final. El CAR DÍA en este estado de emergencia tiene el reto de continuar prestando sus servicios a las adolescentes brindándoles atención integral. El acompañamiento psicológico requirió una mayor demanda. El cambio al encierro día a día, durante meses, de 15 niñas y adolescentes que viven en el albergue, en esta coyuntura de pandemia ha sido muy retador, había que sostener varios frentes de soporte. 

Antes de la pandemia, las adolescentes acogidas en DÍA, realizaban paseos que las ayudan en el proceso de olvidar el contexto de violencia en el que crecieron. “Allá en Kimbiri hay maltrato adolescente, prostitución y problemas de drogas. La mayoría de mis compañeras están embarazadas, tienen sus hijos y ya no estudian. Las chicas salen embarazadas a los 13 o 14 años y se quedan en tercero de secundaria. Sus hijos no son reconocidos por sus padres, algunas ni saben quién es el papá de sus hijos”, cuenta Beatriz.


Por un lado, las que ya venían permaneciendo en el albergue, tenían mucho enojo, tristeza, estrés, depresión, por no poder ver a sus familiares, sentían mayor presión por el encierro, hasta hubo intentos de suicidio (así de duro),algunas hasta se hicieron cortes en los brazos. En el albergue, aumentó la intervención en “planes de crisis” del equipo multidisciplinario de trabajadora social, psicóloga, educadora, tres o cuatro personas a la vez para estabilizar y dar afecto a una adolescente. Además, al no asistir a clases y tenerlas virtuales, las adolescentes requieren mayor seguimiento vía remota de parte de profesionales en educación, quienes hacen seguimiento a sus tareas, que las envíen, seguir a cada una en sus ocho cursos promedio, las educadoras tienen que hablar siempre con todos los maestros en educación remota. DÍA ha contratado a dos profesionales más por turno. Antes las niñas salían, iban a la escuela, jugaban con sus pares, ahora no. Una educadora en el albergue ahora es mamá, maestra, mil oficios, las adolescentes se han vuelto muy demandantes en este encierro, se han frustrado, desestabilizado, al no comprender parte de las clases, comentan en coro no entendí no entendí. Pese a todo, no han bajado su rendimiento, han mantenido sus notas en 14, 15 en matemáticas, por ejemplo.

El panorama en esta coyuntura de crisis sanitaria, y los casos nuevos, se han presentado más retadores aún. Al haberse incrementado la violencia física, sexual, llegaron casos derivados de las Unidad de Protección Especial (UPE). El caso de una niña procedente de Vilcashuamán, de 12 años, agredida sexualmente por dos personas, que al día siguiente de la violación, fue llevada al centro de salud, no le dieron la pastilla de emergencia y quedó embarazada, la familia había solicitado el aborto terapéutico. Hubo una intervención de psicólogos, le dijeron a la niña que lo piense, concluyeron que la niña había aceptado tener al bebé. Luego, por la intervención de 3 instituciones, a las 6 semanas de gestación, la niña fue sometida al aborto terapéutico porque su vida corría peligro. En este proceso, ella ha entrado al albergue, su recuperación psicológica ha sido muy paulatina y lenta, tuvo que vivir el duelo, entró en depresión, se despertaba llorando sudando pensando en su agresor, el acompañamiento en el albergue la ha sostenido y viene sosteniendo emocionalmente, pese a que deja en evidencia la falta de intervención y acción concertada oportuna y a tiempo de las demás instituciones.

En esta pandemia, han ingresado 5 adolescentes al albergue. El cierre de oficinas y el trabajo vía remota, ha paralizado y hecho poco funcional el trabajo desde el Juzgado en Huamanga, quien operativiza y agiliza el procedimiento y la información para el ingreso de las adolescentes al albergue. Respecto al 2019, donde en promedio el CAR recibía 1 o 2 llamadas al mes buscando que acojan a adolescentes, en estos meses de pandemia, han recibido de 4 a 6 llamadas por mes. No sólo se reciben casos de la región o de Huamanga. Juzgados de otras jurisdicciones, también derivan casos de niñas y adolescentes que provienen de Cusco, Arequipa, Puno, Lima. En esta crisis sanitaria, y económica, las niñas y adolescentes que demandan y buscan protección, se están desplazando de las zonas de selva, Kimbiri, VRAEM, de alguna manera, están llegando sin vínculos y no conocen a nadie en la ciudad de Huamanga. La pregunta es si están siendo expulsadas por las condiciones propias de agresión o violencia, falta de alimentos o han dejado de ser atendidas por sus familias en situación de pobreza extrema. En paralelo, parte del problema en el VRAEM, es que las mujeres, amas de casa, que saben que sus hijas son violentadas agredidas sexualmente en sus propias casas, por sus parejas, se cuestionan denunciarlos porque de ser así, los llevarían a la cárcel y en casa todos se quedarían sin comer, argumento que hace que muchos casos de violencia no se develen, siendo además necesario trabajar con el empoderamiento de estas mujeres.

Durante el día, las adolescentes tienen momentos de descanso que aprovechan para jugar o leer. “Aquí me han enseñado muchas cosas que yo no sabía, desde cocinar, bañar y cambiarle los pañales a mi hijo. Me han ayudado mucho y si hay chicas que se aburren de estar aquí, les digo que tienen que aprovechar este tiempo, especialmente si no tiene a nadie. Cuando estemos afuera, vamos a tener que hacerlo todo nosotras”, reflexiona Beatriz.


La intervención en estos años, ha demandado acciones concertadas. Elsa Anchay Quispe, coordinadora del CAR DÍA, aún recuerda cuando se abrió el albergue, hace 9 años, llegó una niña de 9 años, de rostro muy triste, a la semana, pudo ver la alegría en su rostro. Los primeros años, las mismas niñas que llegaban al albergue, no eran conscientes que vivían en violencia, ahora si se tiene mejor canalizada la ruta de atención y concientización con los operadores de justicia. DÍA busca que trabajar con las familias, que se rompa el círculo de agresión, que las propias madres participen en la recuperación de las adolescentes. Triste recordar, que ellas también siguen siendo víctimas: hace 5 años, una madre denunció que su hija adolescente había sido agredida sexualmente por su padrastro, y había quedado embarazada. Mientras el CAR acogió a la niña, la madre recibía amenazas del agresor, quien finalmente la asesinó a pedradas.

El plan de acompañamiento dentro del albergue, donde las adolescentes permanecen en promedio dos años, hace que en promedio, al mes las adolescentes ya se encuentren adaptándose a su hogar de tránsito. La edad promedio de las adolescentes que ingresan al albergue es de 12  años, permanecen hasta los 18 años. Al ingresar, la mayoría llega emocionalmente inestable, con depresión, autolesiones, vienen de haber abandonado la escuela, con total desconociendo de sus derechos, sin haber visitado nunca un centro de salud, y muchas sin tener DNI. Proceden de hogares disfuncionales, donde hay violencia, tiene la autoestima poco desarrollada. Con traumas severos, habiendo vivido en promiscuidad y agresión por el padre, padrastro, tío, hermano, vecino, etc, algunas llegan con un cuadro de salud mental que evidencia antecedentes de suicidio, consumo de alcohol, crisis de pánico. 

Los primeros días en el albergue, durmiendo, se orinan en la cama, sufren de insomnio y dando gritos mientras duermen mientras continúan los episodios de regresión. También llegan lamentando estar allí, se culpan por la denuncia realizada, dicen “no deseo vivir” “sería mejor si yo estaría muerta mi familia estaría mejor, mi padre no estaría en la cárcel”. Algunas familias, terminan parcializándose con el agresor, la adolescente pasa a ser marginada del circuito familiar porque se atrevió a denunciar, lo que ocasiona que las niñas no confíen en nadie. Al ingresar, algunas piensan que vivirán en un lugar parecido a una cárcel. Respecto a su salud, la mayoría ingresa con parasitosis, anemia, infección vaginal o alguna enfermedad de trasmisión sexual.

Un equipo multidisciplinario, especializado en recuperar, dar afecto y soporte a personas con traumas, compuesto por psicóloga, trabajadora social, educadoras, las acoge y da la bienvenida desde el primer día. En un promedio de mes y medio, las adolescentes entran en confianza, y empiezan a hablar más sobre ellas, en una relación y trato directo con el equipo de atención de crisis, a quienes en su mayoría terminan viendo como madres, les llaman “miss” o por sus nombres. Los últimos 4 años, sobre todo se ha avanzado con énfasis en el tratamiento psicológico y, de ser posible, el trabajo en paralelo con la familia.

La hora del almuerzo es un buen momento para que las jóvenes conversen y reflexionen sobre diversos temas. “En los colegios se debe hablar de métodos anticonceptivos para que los jóvenes no cometan errores. Tengo amigas que creen que sus enamorados van a solucionarles sus problemas, pero nosotras podemos solas, es difícil, pero lo podemos lograr”, dice Verónica.


En este tiempo de pandemia, ha sido difícil abstenerse de algo tan común entre la gran familia del albergue, donde al mes de ingresar, las niñas ya se abrazan, apapachan, dan muestras de afecto. El refugio tiene establecido horarios y reglas para el buen vivir y funcionamiento de la casa. Se levantan a las 6 am, a las 6 y 40 desayunan, a las 7 participan de deberes puntuales, a las 8 sus sesiones de clases escolares. Desde el mediodía hasta la tarde, se distribuyen talleres de manualidades, jardinería, entre otros. También aprenden a tejer y participan de juegos recreativos. A, con sus 13 años, cuenta que ha aprendido a hacer gorras, vinchas, carteras, pulsera tejidas,  empezar a cocinar, y emprendimientos como preparar chocotejas. Sobre todo, ha ido olvidando sus miedos, y aprendido a controlar sus emociones. Con total seguridad, dice que ahora sabe convivir y que valores como la responsabilidad y la puntualidad le gustan, cosas que no sabía ni había aprendido en su casa. Por lo general, las adolescentes extrañan las salidas los sábados o domingos, sea de excursión en grupo con las encargadas del albergue, o por la posibilidad de visitarse con sus familias, o asistir a los talleres de básquet, natación, baile, entre otros, actividades suspendidas durante estos meses.

En el refugio, también se practica un sistema de organización. Las chicas tienen una líder, que va rotando, es quien sobre todo recoge la voz de ellas, cómo están, que requieren, como mejorar la convivencia y actividades en diálogo permanente.

Es importante dentro de la metodología de intervención de este hogar de ayuda, el seguimiento para aprender a emprender. A las adolescentes se les inculca la  cultura del ahorro se le enseña y acompaña a todas por igual. Por ejemplo, la institución busca que ubicar en un trabajo o labor básica digna y segura, por horas, a las adolescentes próximas a salir, porque además no tiene un respaldo ni acompañamiento familiar. Monitoreadas por las educadoras, buscan que usar las redes sociales para sus ventas, generan pequeños ingresos en campañas o ven que hasta la más pequeña aprenda a preparar dulces. El monitoreo en las mayores, también se realiza buscando que puedan acceder a becas o continúen sus estudios en institutos al culminar la secundaria, de tal forma que al dejar el albergue, podrán tener más autonomía,  contarán con ahorros que además van a saber administrar.


El reparador de sueños de las niñas y adolescentes violentadas: dónde y cómo intervenir

Soluciones, alternativas, propuestas es el punto. Y no alcanza este espacio frente a tanto diagnóstico y particularidad en el país sobre este tema, y ya está siendo extenso para usted apreciado lector, asumo estamos del mismo lado cuando resaltamos que es un tema relevante y prioritario. En Huamanga, esta fotoperiodista compartió diversos momentos en distintos días con las niñas y adolescentes del CAR DÍA, conversas aún más cercanas con estas jóvenes guerreras, así como entrevistas con sus profesionales y responsables. Tuve la misma sensación que hace dos años, cuando en Pucallpa, realicé un reportaje sobre un albergue que acoge a niños, niñas, adolescentes, víctimas de explotación sexual (trata) y laboral: las víctimas tienen un nuevo hogar, una nueva familia, avanzan mucho, demasiado, tienen logros, pero al salir de nuevo a la realidad, no hemos terminado de darles alternativas para seguir emprendiendo. Esta "otra pandemia" real, cotidiana, de décadas,  no puede seguir dejando a decenas de miles de víctimas como una cifra.

Durante su estadía el albergue, las menores aprenden diversas actividades manuales con el objetivo de emprender una nueva vida, pero el contexto en el que vivieron antes de llegar a este lugar sigue presente. “Sabemos que, por ejemplo, en el Vraem hay muchas mamás que no denuncian a sus parejas que ha abusado de sus hijas porque tienen miedo de que cuando estos vayan a la cárcel, ellas no podrán mantener solas a sus familias. La pobreza impide que estos casos se denuncien”, señala una psicóloga del albergue.


Aquí algunas sugerencias de profesionales de la institución y otros que trabajan alrededor de este tema, para contribuir a tener una Política Pública como país en la intervención con las niñas y adolescentes violentadas:

1. Prevención para la salud mental: Se necesita una labor conjunta coordinada entre los Operadores de Justicia y personal del Ministerio de Salud para evaluar y tomar acciones sobre la salud mental de las familias de las víctimas, para hacer posible la reinserción de ser el caso:

Muchas adolescentes rotan de un albergue a otro. Al no ser adoptadas, regresan al mismo lugar donde se inició el conflicto. En casa, los mismos padres o con nuevas parejas, han seguido teniendo hijos que repetirán el ciclo de seguir yendo a un albergue porque no se ha trabajado en la prevención y cura para esos padres: que no tengan más hijos, que el historial de violencia termine, que se trabaje sobre la reducción del consumo de alcohol en labor con centros de atención, que los abusadores curen heridas de infancia pues por lo general también vienen de sufrir agresión y no estarán en condiciones de proteger a sus hijos. Evaluar el fortalecimiento de la cohesión familiar generando espacios de escucha y atención. Empoderar a las madres para que protejan a sus hijas. Es vital identificar, focalizar y registrar a las familias más vulnerables, para en labor coordinada Estado- comunidad organizada(dirigentes)–instituciones locales– Iglesias, se pueda prevenir de mejor forma.

2. Intervención: Revisar y evaluar la metodología que se tiene que aplicar para de manera técnica, trabajar con las adolescentes. Ese “paquete técnico” se diferencia de acuerdo al grupo con el que se trabaja, cada CAR debe tener identificado la metodología de intervención que aplicará. Y aquí otra precisión: la necesidad de trabajar con un grupo etario, una misma institución, no debería trabajar o juntar en su mismo espacio a diferentes grupos de edad, bebés, niñas, adolescentes, la intervención e identificación de trauma es diferente para unos y otros.

El CAR DÍA trabaja con la técnica psicológica terapéutica EMDR, que incide en identificar para procesar el trauma vivido, recuperando el historial personal, y no sólo dedicándose al cuidado de la niña o adolescente.

3. Normativa legal: Reiterar la necesidad de revisar y simplificar la normativa sobre protección y atención a niñas y adolescentes víctimas de abandono y violencia sexual y familiar. Se presentan plazos irreales y vacíos para la atención, que a veces caen, en la duplicidad de roles e intervenciones no claras de los operadores de justicia. Y también en este tema, La necesidad de revisar leyes que muchas veces, terminan favoreciendo al agresor, quien en los procesos de apelación, rápido termina viendo reducida su pena. Para las propias adolescentes, es necesario simplificar las normas que agilicen la ruta de atención, pues sus casos en las instancias diversas, tiene 3 o 4 expedientes abiertos.

Meses atrás, en una calle de Huamanga, Beatriz salía a distribuir postres que preparaba para vender. Es un emprendimiento que el COVID-19 ha puesto en espera. “En este tiempo, he seguido aquí en el albergue. A veces bailo o leo para no aburrirme. Esta pandemia me fastidia porque no puedo salir a trabajar, pero luego me pongo a pensar que tal vez no tendría nada si estuviera afuera”.


La labor concertada pública-privada, entre el Estado y el CAR DÍA, ha hecho posible que hasta ahora el albergue siga funcionando. Pese a ello, la demanda de atender y acoger a niñas y adolescentes vulnerables y violentadas en la región Ayacucho no se abastece. Para atender los promedios de requerimientos reales, se necesitaría atender a un promedio de tres veces más de niñas y adolescentes sólo en esta región. Y eso que no estamos hablando de la intervención en adopciones donde urge acelerar el procedimiento: En declaraciones últimas, la ministra de la Mujer, Rosario Sasieta, reafirma que los trámites para adoptar a un niño siguen siendo engorrosos en el país, donde hay un estimado de 203,000 menores en estado de orfandad.

Acoger a una víctima, significa romper con el círculo de violencia familiar y sexual en ese espacio, que se replicará en otros cercanos. Sin embargo, la crisis económica derivada de la pandemia a nivel global, a lo que se suman los recortes de presupuesto de las fuentes de financiamiento externo, vienen poniendo en riesgo la continuidad e intervención de la institución. En DÍA, ya se ha recortado presupuesto, despedido a parte del personal, y corre el riesgo que el refugio llegue a funcionar sólo hasta fin de año. ¿Qué hacer?

Si este problema de recorte de recursos se replica en otros albergues, refugios, CAR del país en general. Si la urgencia en prevención para la intervención en la protección de miles de niñas y adolescentes en abandono, violentadas, agredidas sexualmente, embarazadas, deja de ser vista como parte prioritaria de una política pública urgente de atender. Si esta "pandemia silenciosa" sólo sigue llamando  la atención cuando se convierte en noticia policial de medios en sus mismas regiones, porque en Lima un actor acosador o cinco violadores nos marcaron la pauta semanal del problema de la violencia de género en la capital y seguimos desinformados del caos estructural nacional. Si este tema  no recompone o no se agrega a la agenda de colectivos preocupados por la coyuntura,   ¿ quién y dónde van a curarse y atenderse a nuestras niñas y adolescentes víctimas de violencia física, sexual y abandono, a las que cancelaremos su recuperación, emprendimiento y futuro?

Creado el 2011, DÍA ha atendido desde su sede en Huamanga a 252 adolescentes mujeres víctimas de violencia física y sexual. Una de cada tres de estas menores fue agredida sexualmente. El albergue les ha brindado soporte psicológico, apoyo para encontrar un trabajo y ha posibilitado la reinserción familiar buscando que las adolescentes desarrollen su independencia.

CIFRAS que espantan 

- En los últimos 3 años, 20,500 niños, niñas, adolescentes fueron víctimas de delitos de abuso sexual, y actos contra el pudor, según fiscalía (UNICEF: Setiembre 2019, informe cifras de violencia contra niñas niños adolescentes Perú) 

- 758 niñas entre 0 a 14 años son madres en lo que va de 2020 (Registro del Certificado de Nacido Vivo en Línea del Ministerio de Salud actualizado al 11 de Octubre 2020) 

- De enero a agosto 2020 se han registrado 15 932 casos de violencia en niños, niñas y adolescentes”. De esta cifra, 3 895 ( 24%) fueron por violencia sexual, siendo las niñas y adolescentes las más afectadas (Ministerio de la Mujer y poblaciones vulnerables, Programa Aurora. Octubre 2020)

- En Ayacucho, de enero a agosto 2020, se registraron 2 183 casos de violencia contra la mujer, de los cuales, 516 víctimas han sido niñas, niños y adolescentes, en su mayoría provenientes de provincias como Cangallo y Lucanas. (Ministerio de la Mujer y poblaciones vulnerables, Programa Aurora. Octubre 2020)

- En la región Ayacucho, el embarazo adolescente es de 16.8%. Los mayores porcentajes de embarazos, provienen de selva de San Francisco, San Miguel, Huamanga (Plan Regional de Acción por la Infancia y Adolescencia PRAIAA 2018-2021. Gobierno Regional de Ayacucho, Gerencia Regional de Desarrollo Social. 2017)

- La Región Ayacucho, está incluida dentro de los tres departamentos a nivel nacional con los índices más altos de pobreza, desnutrición infantil y con los índices más bajos de desarrollo humano. (Plan Regional contra la violencia hacia la mujer en Ayacucho. 2010-2015. Ministerio de la Mujer. Gobierno Regional de Ayacucho. 2010)

- De enero a diciembre de 2018, se ha registrado 2325 nacimientos de madres entre 12 y 14 años (RENIEC)

- 13 de cada 100 adolescentes, entre 15 y 19 años, son madres o están embarazadas. (Defensoría del Pueblo. Nota de Prensa 298/OCII/DP/2019)

- De cada 1000 niñas y adolescentes embarazadas, 48 partos son producto de abuso sexual. (L.C vs. Perú. Memoria del litigio. La disputa jurídica por el derecho al acceso al aborto legal de las niñas víctimas de violación sexual. Centro de Promoción y defensa de los Derechos sexuales y reproductivos. Promsex. 2018)